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Cómo corre el tiempo. Ya es otra vez el otoño. Dos años sin vernos. Misteriosamente, una hoja roja arrancada por una ráfaga de viento, me cayó ayer en la cabeza cuando atravesaba Tompkins Square, y me hizo pensar en ti.
Estoy considerando la posibilidad de mudarme y conseguir una compañera para compartir el alquiler, porque con Jeff la cosa ya no funciona. Intentaría persuadirte para que vengas a vivir conmigo, pero sé que fracasaría, de modo que no lo intentaré.
Marzo de 1997
¡De modo que te casas! Felicidades, aunque me cuesta creerlo. Recuerdo muy bien la vez que me dijiste que no te casarías nunca, porque no querías niños y los hombres eran una partida de cerdos. Yo estaba de acuerdo, desde luego, pero hoy en día veo a todo el mundo con un poco más de indulgencia. En cualquier caso, supongo que habrás elegido sabiamente, aunque no me has contado nada acerca de él. ¿Es rico y guapo, inteligente y gentil?
¡Cuéntame!
Octubre de 1997
Gracias por tu carta, que me tomó completamente por sorpresa. Me he mudado en tres ocasiones durante los últimos meses, pero por fortuna la persona que pasó a ocupar mi penúltimo apartamento — adonde llegó tu carta — es una amiga de amigos, y me la reenvió.
Quieres saber si ha habido muchos cambios en mi vida. La respuesta es sí y no. He dejado a Jeff y ahora vivo sola, lo que es, créeme, una mejora. Es la primera vez que me siento totalmente independiente, y, aunque al principio me sentía un poco extraña, ahora adoro ni soledad. No sé si algún día decida vivir otra vez con alguien, pero por de pronto quiero disfrutar de mi emancipación. También he cambiado de trabajo, y esto es otra mejora, porque gano mucho más dinero y detesto menos el nuevo trabajo que el anterior. Aparte de esto, todo sigue igual. Me pides que te cuente cómo son mis semanas aquí. La pregunta suele ser, cómo son tus días, y si me hubieras preguntado eso quizá mi respuesta habría sido que mis días no se parecen entre sí. Pero al pensar en mis semanas, gracias a tu pregunta, he podido ver que siguen cierta norma. Para darte una idea más clara del asunto, me he tomado la molestia de revisar los recibos que he guardado últimamente. He aquí, en esquema, mis actividades durante la primera semana de este mes.
Clases de danza: cuatro, sesenta dólares. Un espectáculo de danza: veinte dólares. Películas: dos, dieciséis dólares. Cenas: cuatro, cien dólares. Un club nocturno: cincuenta dólares. Una clase de meditación: quince dólares. Galerías de arte: diez, gratis.
Visitar galerías se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Además de ser gratis — cosa muy importante para alguien como yo — me encanta el ambiente que se crea alrededor de las obras de arte. Por mucha confusión que exista actualmente acerca del arte, cada quien tiene sus propias ideas acerca de lo que es una obra de arte, y eso, me parece, es lo que cuenta. Hay en algunas obras raras como un residuo de lo religioso — pero sin ningún elemento didáctico, de modo que tú puedes ponerte en contacto directamente con el espíritu creador. Desde luego que hay incompetentes y charlatanes por todas partes y abundan los artistas falsos y por cada uno que es auténtico hay cien que se engañan. Pero si tienes suerte y tu artista sabe lo que hace, unos minutos de contemplación pueden bastar para darte tanta felicidad como cien sesiones de, digamos, meditación trascendental.
Adjunta te mando una tarjeta con mis nuevas señas y número de fax.
Enero de 1998
Así que no funcionó. La verdad, no me extraña, pero cuatro meses es realmente absurdo. Dices: Felipe es más que un cerdo. No sé exactamente lo que quieres decir; sólo espero que no estés encinta — de ninguno de los dos. Qué injusto que él te descubriera a ti en flagrante delito, y así se sintiera con derecho a tratarte como dices, cuando tú hiciste lo que hiciste por despecho. Las escenas que haría tu madre: puedo verla, acostada en su cama con una toallita mojada tapándole la cara mientras te echa un sermón.
Como entendida en catástrofes, lo único que puedo decirte es que todo pasa finalmente, que tu vida encontrará la manera de reorganizarse y que antes de darte cuenta te habrás transformado, serás otra y te costará comprender cómo fuiste ayer.
Febrero de 1998
Comprendo perfectamente tus deseos de salir de Guatemala, de comenzar de nuevo. Dices que piensas en venir a Nueva York, y me parece buena idea. Pero me preguntas si en el apartamento que tengo actualmente habría espacio para alojarte, y me temo que la respuesta es no. Claro que tratándose de ti podría hacerte sitio aun en mi propia cama, pero por desgracia es mal momento. Estoy viéndome con un chico que me encanta, y como él comparte apartamento, usamos el mío cuando queremos estar solos, así que sería molesto tenerte de huésped. ¿No tienes otros amigos o conocidos aquí? Se me ocurre preguntarte si no has pensado en París, y si conoces gente allá, porque me parece que es otra ciudad donde cualquiera podría rehabilitarse. Pero si de todas formas decides intentarlo en Nueva York, telefonéame cuando estés aquí. Podríamos ir juntas al cine o a las galerías de arte o al teatro, o, si todo eso te aburre, a comer o tomar unas copas o un café.